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06 agosto 2006

Pequeñas Historias

El primer susto
Aquel día despertó muy asustado, demasiado. Tuvo una sensación muy extraña al mirar a su alrededor, todo estaba absolutamente oscuro, tranquilo…y se quedo acostado, pensativo, inseguro. De repente el ambiente se torno agresivo, sentía que todo se sacudía, pero aun no podía ver nada, pues la oscuridad prevalecía a su alrededor. Comenzó a abrazarlo un miedo que nunca antes había sentido, se aferro a su lecho, sin entender que horrible pesadilla estaba viviendo. Un pequeño haz de luz comenzó a filtrarse entre la profunda y aparentemente infinita oscuridad, y eso contrarío a alegrarlo lo preocupó aun más. Un instante después la pesadilla empezó a hacerse realidad. Sintió como unas manos le apretujaban la cabeza, e intentaban arrancarlo de su cómodo hogar. Desesperado intento luchar contra esas horribles manos, que parecían tener la fuerza de un gigante, se revolvía, pataleaba, y al ver que nada podía lograr, finalmente se dejo llevar… en el momento en que sintió que ya no estaba en su cómodo y acogedor lecho, decidió abrir los ojos para observar lo que sucedía. Enseguida pudo comprobar que había sido arrastrado hacía esa pequeña luz que había visto momentos antes, solo que ahora era inmensa. Sintió que el aire era distinto, le costaba respirar, apenas podía ver, estaba mudo, completamente atónito…que horrible pesadilla es esta pensó… y comenzó a llorar con desespero cuando el hombre vestido de blanco que lo tenia agarrado por los pies, le dio unas palmadas en las nalgas.

Las Tres Pipas
Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!
El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.
El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que si le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.
Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando. Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.
Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores. El hombre medio molesto pero ya mucho más sereno se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca. Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: "Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho".
El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo". (que tabaco sera ese)

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